Hay directores que uno seguiría con los ojos cerrados, sin dudarlo un segundo, por más que alguna vez ya nos hubieran decepcionado. Pero el amor cinematográfico, como todo amor, es sordo (por no decir ciego), y tal vez al amante le cuesta ver lo que otros consideran evidente, por más exigente que éste intente ser. Para mi, los hermanos Coen, máximas figuras de los últimos premios Oscar por Sin lugar para los débiles, son de esta clase de directores. Creadores de obras geniales e inigualables como El Gran Lebowski, De paseo a la muerte, Barton Fink o Fargo, los Coen supieron caer sin embargo en más de un desliz (los peores fueron El quinteto de la muerte y El amor cuesta caro), acaso porque en el fondo siempre coquetearon con la gran Industria, por más que la crítica especializada los siga considerando referentes del cine independiente del norte, con Oscar incluido. Y es que esta verdadera entidad cinematográfica tiene tantas virtudes como defectos (y muchos de estos últimos derivados de las primeras): por un lado, los Coen ostentan una gran maestría narrativa, una originalidad indiscutible en sus planteos formales y técnicos, y un ingenio superlativo para la escritura de diálogos y la creación de personajes. Pero al mismo tiempo, su cine suele sufrir de un nihilismo típico de los grandes creadores, que pueden caer directamente en el cinismo y en el desprecio hacia sus propias criaturas, a las que han llegado a manipular y castigar cual dioses del gran olimpo cinematográfico. Claro que Sin lugar para los débiles los había mostrado de nuevo en su mejor forma, con un cine agudo, incisivo, riguroso y arriesgado al mismo tiempo, que parecía reflejar una maduración largamente esperada en ellos. Lo que por supuesto agigantaba las expectativas en la platea… ahora nuevamente frustradas con Quémese después de leerse, que si bien no está entre sus peores filmes, representa sin duda un retroceso en la carrera de estos directores.
Mitad comedia negra sobre la estupidez reinante en Estados Unidos, mitad parodia sobre los filmes de intrigas (aunque bien lejos de El Gran Lebowski), Quémese después de leerse es un filme a todas luces desnivelado, que vuelve a mostrar varios de los defectos de estos creadores reseñados más arriba, a pesar de que los Coen intentan aquí tomarse el pelo hasta a sí mismos. Acompañados nuevamente de algunas de las máximas estrellas de Hollywood, con Brad Pitt y George Clooney a la cabeza, los Coen presentan un elaborado mecanismo que gira alrededor de las memorias de un ex agente de la CIA, Osbourne Cox (John Malkovich), que por casualidad caen en manos de dos ineptos profesores de gimnasia (Pitt y Frances McDormand, caricaturizados al máximo), que no tienen mejor idea que tratar de chantajear al supuesto espía. Claro que todo saldrá al revés, y los enredos se empezarán a multiplicar hasta convertirse en una gran bola imparable, capaz de alcanzar a la propia agencia de inteligencia. Entre otros, aparecen un ex custodio (Clooney) que aprovecha cada viaje de su mujer, autora de libros infantiles, para reunirse con su amante (que es la esposa de Osbourne Cox), un grupo de investigadores la CIA que intentan descifrar el entuerto y hasta funcionarios de la embajada rusa. Todo parece servir, empero, solamente para reírse de estos patéticos personajes, uno más estúpido que el otro, por más que la obra contenga varios comentarios sobre el estado cultural y político del norte, aunque demasiados lavados. Y si bien hay varios pasajes logrados (y aunque ya sea la obra comercialmente más exitosa de los Coen) el filme se convierte a fin de cuentas, y en la mejor de sus interpretaciones, en una gran broma interna de sus creadores y protagonistas, que difícilmente tenga alguna relevancia para el mundo fuera de Hollywood. Una lástima, porque significa que los Coen han vuelto a cerrar su mirada para dedicarse a mirar sus pupos.
Martín Iparraguirre
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