martes, 2 de diciembre de 2008

Shara, oscuridad y luz

El cierre del presente año cinematográfico parece inusualmente prometedor para nuestra ciudad, al menos a la luz de los últimos estrenos. Un filme enteramente cordobés, La Herencia, del reconocido intelectual Sergio Schmucler, que demuestra que se puede hacer cine en nuestra provincia, y del bueno, sin nada que envidiar a las posibilidades que ofrece el centro del país.
Pero además se produjo otro hecho cinematográfico que se debe destacar: se estrenó en las salas comerciales de la ciudad el filme , sin dudas una de las mejores películas del año, sino la mejor. Esta directora originaria de Nara (donde transcurre el presente filme) es uno de los nombres más importantes de la nueva generación de realizadores japoneses, que ha transitado con maestría inusitada por el documental y la ficción (su último filme, El Secreto del Bosque, se estrenó también este año en el Cineclub Municipal), apelando siempre a un cine absolutamente personal, casi visceral, que muchas veces linda con el autorretrato. Abandonada por sus padres poco después de nacer y custodiada por su tía abuela, Kawase incorporó desde el principio a esta ausencia como hilo argumental de sus trabajos: el duelo, la pérdida, la muerte y las relaciones familiares son las constantes de su filmografía, tanto documental como de ficción. En Shara, Kawase logró componer un filme que se puede calificar de perfecto, profundamente espiritual, porque no sólo narra el renacimiento particular de una familia, a partir de la pérdida de uno de sus miembros, sino que también pinta en cuerpo y alma a toda una comunidad, toda una cultura, toda una tradición. Un plano secuencia magnífico, de los tantos que habrá en el filme, abre Shara con la presencia de dos pequeños hermanos gemelos, que pronto echarán a correr por las callejuelas de Nara. La cámara los sigue de cerca hasta que uno de ellos dobla en una esquina, para desaparecer sin más (justo en el día en que se celebra la fiesta del Jizo, deidad de los niños perdidos). A partir de esta misteriosa desaparición, Kawase se dedicará entonces a filmar esa ausencia, el vacío que dejó Kei (el desaparecido) en el resto de la familia. Años más tarde, en efecto, vemos a Shu (el hermano que quedó sólo) ya un adolescente que está haciendo sus primeras experiencias en el amor con una compañera del colegio, pero que notamos que aún no ha podido superar el trauma. Vemos también a su padre, empecinado en la organización del Festival Basara, que pretende retomar las más antiguas tradiciones de la ciudad, y también a su madre, que se encuentra a punto de dar a luz a un nuevo hijo. Una noticia alterará esta cotidianeidad, y los obliga a enfrentarse a ese vacío que intentaban ignorar.
Shara no es la historia de una sola familia, es la radiografía de una cultura muy diferente a la nuestra que se expresa a través de los gestos mínimos de los protagonistas del filme. Para reflejar esto, Kawase apela a todos los elementos que puede dar el cine: el magnífico uso del sonido, la música y las imágenes van traduciendo esa trama invisible que es el verdadero tema de Shara. Un baile ritual bajo la lluvia, en una de las escenas más bellas que haya dado el cine (filmado extraordinariamente con cámara en mano), sellará el fin de la catarsis, que la directora parece indicar que puede ser colectiva, así como el nacimiento del nuevo hijo, que cerrará el filme con un mensaje netamente esperanzador.

Martín Iparraguirre

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