La concepción actual de la infancia, no es natural o dada. Como sucede con otras elaboraciones de la cultura devienen de un proceso histórico que las fue configurando. Es en la modernidad en donde surge la imagen actual de la infancia.
En la antigüedad romana, tal como señala Philippe Aries, la vida era dada dos veces, la primera, al salir del vientre materno, y la segunda, cuando el padre lo elevaba, es decir cuando lo reconocía.
A lo largo de la Edad Media, la infancia permanece en las sombras. Es a partir del siglo XIV donde comienza a concederse cierta importancia a la infancia, que recién llegaría a verse descubierta completamente en el Emille de Rosseau.
En la antigüedad romana, tal como señala Philippe Aries, la vida era dada dos veces, la primera, al salir del vientre materno, y la segunda, cuando el padre lo elevaba, es decir cuando lo reconocía.
A lo largo de la Edad Media, la infancia permanece en las sombras. Es a partir del siglo XIV donde comienza a concederse cierta importancia a la infancia, que recién llegaría a verse descubierta completamente en el Emille de Rosseau.
A partir del siglo XVI, en efecto, los niños adquieren valor en sí mismos, Aries, señala el modo de vestir, que, en contrapartida con lo que sucedía en tiempos medievales, se diferencia del atuendo de los adultos.
El niño, antes de la modernidad, era considerado como un adulto pequeño, hacía parte del engranaje de una sociedad y se educaba para ser adulto, para ayudar a conservar el grupo social. Al desintegrarse esa cohesión, se vuelca la mirada al sujeto individual. Dentro de esa concepción empieza a configurarse el niño como sujeto, como ser real capaz de percibir el mundo de una manera diferente a la del adulto.
En la modernidad, la pedagogización de la infancia da lugar a un infantilización de parte de la sociedad. Esto significa que se pone en marcha un proceso a través del cual la sociedad comienza a amar, proteger y considerar a los niños ubicando a la institución escolar en un papel central. Infatilización y escolarización aparecen en la modernidad como dos fenómenos paralelos y complementarios.
La era Victoriana ha sido descrita como la fuente de la concepción moderna de la niñez. Una ironía si se tiene en cuenta que debido a la Revolución Industrial el trabajo infantil proliferó. Esta condición se redujo posteriormente gracias a la labor de las denuncias públicas realizadas por autores de reconocido prestigio como Charles Dickens (Oliver Twist 1839).
En el contexto del interés superior del niño, la Convención Internacional de los Derechos del Niño establece su protección en cualquier trabajo que obstaculice su desarrollo integral, y ubica a niñas, niños y adolescentes como principales destinatarios de las políticas sociales.
El niño, antes de la modernidad, era considerado como un adulto pequeño, hacía parte del engranaje de una sociedad y se educaba para ser adulto, para ayudar a conservar el grupo social. Al desintegrarse esa cohesión, se vuelca la mirada al sujeto individual. Dentro de esa concepción empieza a configurarse el niño como sujeto, como ser real capaz de percibir el mundo de una manera diferente a la del adulto.
En la modernidad, la pedagogización de la infancia da lugar a un infantilización de parte de la sociedad. Esto significa que se pone en marcha un proceso a través del cual la sociedad comienza a amar, proteger y considerar a los niños ubicando a la institución escolar en un papel central. Infatilización y escolarización aparecen en la modernidad como dos fenómenos paralelos y complementarios.
La era Victoriana ha sido descrita como la fuente de la concepción moderna de la niñez. Una ironía si se tiene en cuenta que debido a la Revolución Industrial el trabajo infantil proliferó. Esta condición se redujo posteriormente gracias a la labor de las denuncias públicas realizadas por autores de reconocido prestigio como Charles Dickens (Oliver Twist 1839).
En el contexto del interés superior del niño, la Convención Internacional de los Derechos del Niño establece su protección en cualquier trabajo que obstaculice su desarrollo integral, y ubica a niñas, niños y adolescentes como principales destinatarios de las políticas sociales.
Esto deja claro que la sobrevivencia económica de la familia no puede ser excusa para justificar el trabajo infantil. No es a las niñas, niños y adolescentes a quienes compete suplir las carencias familiares.
por Nicolás Fassi
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